Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 11 de julio de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 153, 3904-3910
Tema: Interpelación sobre la política general del Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, la consecuencia que deducimos de esas combinaciones que el Sr. Martos ha formado en bien de la Patria y en bien de la libertad, es que no sabemos dónde se queda S. S. (El Sr. Martos: Eso es lo que menos importa.) ¡Ah! Importa mucho; ya verá S. S. como importa mucho; porque es muy simpático el papel que S. S. ha adoptado esta tarde: conciliar los ánimos, unir voluntades en un sentido común a favor del triunfo de la libertad de su país, es una obra digna del talento y de la palabra de S. S.; pero para que no haya nada completo en este mundo, para que nada en él sea perfecto, resulta que S. S. no quiere unir a la simpatía que inspira su deseo la eficacia de sus propios actos, porque S. S. dice: uníos en bien de la libertad; uníos, porque unidos no debéis temer los escollos que el mar encubre, ni los borrascosos tiempos, ni las grandes tempestades, porque unidos podréis navegar en mares tranquilos, y yo os aseguro una bonancible navegación; S. S. dice eso, y en seguida, así que el estampido del cañón da la señal de partida, vuelve la espalda a los navegantes, abandona el buque y se queda honestamente en la playa, sin considerar que siempre, siempre, siempre ha tenido más eficacia el ejemplo que la palabra y mucho más si el ejemplo a la palabra sigue.

Si la empresa es tan noble, tan grande, tan beneficiosa para los intereses de la Patria, tan excelente para el porvenir y la prosperidad de este desgraciado país, ¿por qué S. S. no forma parte de la expedición, para adquirir la gloria y la responsabilidad de esa empresa? Tengo impaciencia por empezar, decía el señor Martos, y sin embargo ya quisiera haber concluido. Pues yo, no sólo no tenía prisa por empezar, sino que jamás he entrado con más disgusto en un debate que en este, que es el quinto debate político en esta legis- [3904] latura; porque lo mejor que pudiera resultar de todo él, sería lo que ha resultado de los cuatro debates políticos anteriores: que fuera estéril; en último término lo que resultaría sería una pérdida de tiempo que pudiera aprovecharse, como pudo aprovecharse el tiempo perdido en los otros debates, en cosas más útiles y más beneficiosas para el país; pero al fin el Gobierno, no sólo no lo ha provocado, sino que ha hecho todo lo posible para evitarlo, y no le compete en manera alguna la responsabilidad de las consecuencias grandes o pequeñas a que este debate pudiera dar lugar, correspondiendo la responsabilidad a los que, en mi opinión, innecesariamente y con peligro, se han empeñado en traerle al Parlamente. (El Sr. Moret: La aceptamos.)

El Sr. Martos explicaba la necesidad de su participación en este debate por las conferencias que me ha dispensado la honra de celebrar conmigo a propósito de esta cuestión, y S. S. se ha creído en el caso de decir en público y a la faz del país lo que me ha dicho en las conferencias particulares que S. S. y yo hemos celebrado. Algo más ha dicho S. S. de lo que ha pasado entre nosotros; porque declaro a S. S. que si hubiera dicho en las conferencias particulares lo que ha dicho en público y con tanta solemnidad, probablemente no hubiéramos celebrado más que una conferencia. (El Sr. Martos: En esencia siempre he dicho lo mismo a S. S.) Sí; pero no con los antecedentes y detalles con que lo ha presentado esta tarde. Toda la combinación del nuevo partido liberal, todos los aspectos con que S. S. nos lo ha presentado, con todos me lo ha propuesto, pero sin los antecedentes con que ha fundado aquí su argumentación; y así como S. S. me pedía permiso para emplear el estilo familiar y dar cierto estilo de sencillez a sus palabras, la pido yo ahora también permiso para hacer lo mismo respecto de S. S.

Si al Sr. Martos se le acercara una persona y le dijera: Sr. Martos, Vd. es un hombre muy reaccionario, no ha hecho Vd. nada a favor de la libertad, todo lo que hace Vd. lo hace con tendencias a la reacción, falta Vd. a sus compromisos, no ha hecho Vd. caso de sus ofrecimientos, con Vd. realmente no se puede ir a ninguna parte; y después de todas estas lindezas añadiera: y ahora, si Vd. quiere, vamos a ver si nos unimos usted y yo para hacer cosas buenas en beneficio de la Patria y de la libertad, ¿qué le contestaría S. S. a esa persona? Pues no había más que una de estas dos contestaciones: caballero, Vd. no siente lo que dice, porque si Vd. lo sintiera, no me propondría la unión para trabajar a favor de la libertad y de la Patria; por consiguiente, como entiendo que Vd. no siente lo que dice, prescindo de sus lindezas, y vamos a tratar a pesar de sus injusticias. La otra contestación es esta: caballero, vaya Vd. con Dios, porque si Vd. tiene de mí tan mala idea, ¿cómo quiere Vd. unirse conmigo, a no ser que usted sea peor que yo? (Risas.) Quien no debe ir a ninguna parte con Vd. soy yo. Busque compañeros que se le parezcan, y no compañeros como yo.

De manera que probablemente no hubiéramos tenido más que una sola conferencia, de la cual hubiera resultado que o nos hubiéramos convencido después de las lindezas oídas de boca del injusto, o no nos hubiéramos convencido, que hubiera sido lo más probable.

Pero en fin, S. S. ha dicho aquí con toda solemnidad lo que no tuvo por conveniente decir en nuestras conferencias particulares, y a lo que ha dicho con toda solemnidad tengo yo que contestar con toda solemnidad también. El Sr. Martos entiende que el cambio ministerial que se verificó el 8 de Febrero fue un gran paso para la libertad; que la combinación ministerial que sustituyó al gobierno de entonces inspiró grandes esperanzas que por algún tiempo realizó, ya en las medidas de instrucción pública, ya en las medidas de Gobernación, ya también en las medidas de otros departamentos ministeriales; que se abrieron las Cortes, que llegaron los debates parlamentarios, y ahí empezó a enfriarse el entusiasmo con que aquel Gobierno fue recibido, porque empezó también la lentitud en las reformas políticas del partido liberal; y esa lentitud con que el Gobierno llevaba las reformas políticas fue lo que apagó poco a poco el entusiasmo con que S. S. recibió aquel Ministerio y las esperanzas que S. S. había concebido.

No hay nada más injusto que esto. Después S. S. ha unido esta lentitud del Gobierno para las reformas políticas con la prisa con que ha llevado otro proyecto de ley. No he de hablar de este otro proyecto, pero le puedo decir a S. S. que en él no luchaban más que dos intereses que fácilmente resuelven entre sí la cuestión, mientras que en las reformas políticas luchan tantos intereses, que a pesar de nuestra energía para que se aprobaran pronto, no hemos podido lograrlos; y es más, yo creo que es conveniente no se hayan aprobado. Yo dije aquí a S. S. que la lentitud, que la falta de desembarazo con que han marchado esas reformas, más que al Gobierno es debida a la actitud de ciertas fracciones que parecen un día muy benévolas con el Gobierno y dispuestas a una conciliación, y que se presentan otro como los enemigos más grandes del Gabinete. ¿Qué había de hacer el Ministerio? ¿Qué podía hacer el Gobierno, más que procurar que a las Comisiones que habían de entender en esas reformas políticas liberales fueran los individuos más eminentes que componen la izquierda liberal?

Que digan, pues, esas personas que han estado en las Comisiones, si el Gobierno les ha puesto la más pequeña dificultad en sus trabajos, si el Gobierno, por el contrario, no ha hecho todo lo posible para que los precipitara.

Por consiguiente, la lentitud y el poco desembarazo con que han marchado las reformas, no es en manera alguna imputable al Gobierno; es imputable a la situación vacilante y de duda en que se han colocado ciertos elementos de la Cámara. Así, pues, esa lentitud no ha podido ser causa bastante para entibiar el entusiasmo de S. S.: causas más poderosas han debido influir en el ánimo tan sereno como el de S. S., para tomar determinaciones como la que ahora parece dispuesto a tomar, aunque todavía tengo esperanzas de que no la realice, porque al fin y al cabo nos ha dicho que su simpatía empieza casi a concluir. Tengo esperanzas de que todavía no haya concluido del todo.

Pero llegó la crisis del 8 de Enero, la crisis última, y entonces renacieron las esperanzas del Sr. Martos y sus amigos, porque creyeron que la crisis del 8 de Enero, la crisis última, significaba una evolución completa en la política, y S. S. entonces aconsejó al Gobierno que volviera la cara a la Constitución de 1869. Yo entonces, como ahora, dije al Sr. Martos que no podía volver la cara a la Constitución de 1869; y como yo no volví la cara a la Constitución de 1869, supone S. S. que este fue el origen y génesis de la izquierda, puesto que yo me resistí a aceptar aquella bandera. El Sr. Martos puede creer lo que guste: no me parece, [3905] sin embargo, buen origen de un programa el que ha dado S. S.; porque al fin, si S. S. cree que la bandera de la Constitución de 1869 se levantó en contra mía y por pasiones de partido, y por disgustos como se dijo ayer, francamente, no es bandera que debe merecer gran respeto a sus afiliados. (El Sr. Martos: eso lo he negado yo.) Si lo ha negado S. S., me alegro; pero como ayer se dijo que la bandera de la Constitución de 1869 la levantó el Duque de la Torre para evitarse muchos disgustos, resultaría que la bandera de los disgustos no es seguramente la bandera que debe cobijar a un gran partido. (El Sr. López Domínguez: No dije tal cosa.) ¿No lo dijo S. S.? (Sr. López Domínguez: No señor; ahí está el Diario.) Yo entendí a S. S. que para evitar dificultades y disgustos que acosaban al Duque de la Torre había levantado la bandera de la Constitución de 1869. (Sr. López Domínguez: No Señor.) Pues siento haber oído mal.

El Sr. Martos, antes de empezar su obra de conciliación, ha hecho un análisis de los actos del Gobierno, y ha repetido, con la brillantez que es propia de S. S. y con los grandes recursos parlamentarios que tiene, los argumentos expuestos estos días; ha examinado lo hecho por el Gobierno en la ley de imprenta, y ¡cosa particular! El Sr. Martos ha atacado al Gobierno porque no aplicaba la ley de imprenta que el partido conservador le dejó. Ya sabe el Sr. Martos que la teoría del Gobierno respecto de la ley de imprenta es que se rija la prensa por el Código común, pero que este Código, donde naturalmente se señalan las penas para los delitos que en la prensa se cometan, es demasiado duro; y al mismo tiempo sabe S. S. que se estaba estudiando una reforma completa del Código penal y que esa reforma había sido presentada en un proyecto de ley al Senado: claro está que la ley que había de regular el ejercicio de la libertad de imprenta, dejando los delitos que por la misma se cometieran al Código penal, convenía hacerla simultáneamente con éste.

Así lo creyó el Gobierno, que habiendo presentado el Código penal al Senado, presentó la ley de policía de imprenta al Congreso, al efecto de que, marchando las dos leyes paralelamente, pudieran aprobarse poco más o menos al mismo tiempo. Pero el Código penal da lugar naturalmente a mayor y más detenido estudio, y el Código penal, contra la voluntad del Gobierno, se ha detenido en el Senado, mientras que ha podido marchar más de prisa en el Congreso la ley regulando el ejercicio de la libertad de imprenta. De esto ha resultado que no se derogó la ley del partido conservador, porque se esperaba hacer la reforma completa en la legislación de imprenta, haciendo desaparecer la ley especial; por esto ha estado detenido el proyecto de policía de imprenta y no ha sido antes derogada la anterior.

Pero, señores, hace un cargo el Sr. Martos al Gobierno porque no ha aplicado o porque haya aplicado rara vez la ley de imprenta del partido conservador, que será buena para ellos, pero que nosotros los liberales creemos que es opresora, que es casuística, que con ella no puede escribirse, esto era lo que nos faltaba que oír y que ver. ¿Pero cómo al Sr. Martos, en las diferentes veces que ha hablado, no se le ha ocurrido hasta ahora semejante cosa? Cuando S. S. era amigo del Gobierno, ¿cómo no le advirtió que hacia mal en no aplicar la ley de imprenta del partido conservador? Porque es posible que el Sr. Martos, que tiene tanta autoridad, hubiera sido atendido, ¡quién sabe! Pero, ¡ah, Sr. Martos! Venir a hacerle un cargo al Gobierno liberal porque no ha querido aplicar en todo su rigor y siempre la ley de imprenta del partido conservador, cuando está derogada, no me parece digno de S. S.

Todavía hubiera tenido algún fundamento eso mismo, dicho el año pasado; pero ahora que acabamos de aprobar la ley de imprenta y que la anterior está derogada, ¿para qué hace S. S. este cargo al Gobierno? Ese cargo hubiera estado bien en boca de los conservadores y no en boca de S. S. Eso mismo prueba la falta de razón de S. S. para privar de su benevolencia o simpatía al Gobierno; eso demuestra que no tiene otro fundamento más sólido.

Lo mismo puedo decir de los ataques al Gobierno dirigidos por S. S. con motivo de la enmienda a la ley de reemplazos presentada al Senado por el Sr. Obispo de Cádiz.

He explicado franca y lealmente lo que ha sucedido, que no tiene la importancia que S. S. le ha dado, ni implica nada lo hecho, sino una deferencia que el Gobierno ha querido guardar a un Príncipe de la Iglesia; y que además no es cuestión para que aquí se nos ataque de esta manera; porque sepan los Sres. Diputados que todo lo que se ha concedido al Sr. Obispo de Cádiz, no por el Gobierno, sino por el Senado, porque el Gobierno dejó libre la cuestión, es lo mismo exactamente que tiene establecido el Gobierno republicano de Francia.

Esos republicanos franceses que se supone son más liberales que nosotros, esos tienen en su ley de reemplazos lo que aquí ha pedido el Sr. Obispo de Cádiz, y que el Gobierno no le concedió. Pero todavía hay más; se admiran de que eso se haya concedido a los seminaristas, y ha pasado aquí inadvertida una ley en la cual se hace lo mismo con los médicos, y ha pasado en el Congreso a ciencia y paciencia del Sr. Martos, que tanto se admira de que el Gobierno no haya hecho nada en contra de una proposición del Sr. Obispo de Cádiz. Eso vendrá aquí y lo discutiremos; pero mientras no venga y no se discuta, no hay que dar proporciones al asunto; esto revela que no tiene S. S. argumentos de más fuerza, cuando se entretiene en combatir al Gobierno por un acto que al fin y al cabo no es suyo.

¿Pues y lo dicho por S. S. respecto al Jurado? Su señoría ha declarado que el Jurado, tal como el Gobierno lo presentó, es un Jurado aceptable para S. S. mismo, que está inspirado en el espíritu de la democracia; pero va al Senado, y allí los Senadores creen que los delitos contra la honra del Rey no deben tener ni más ni menos garantía que los delitos contra el honor de los ciudadanos, y puesto que los delitos contra el honor de las personas van al Código común, ¿qué razón había para no llevar a los mismos tribunales el honor del Rey? Su señoría ha cambiado completamente los términos de la cuestión: no es que se haya hecho excepción a favor del Rey respecto a los particulares; es que S. S., en el afán de atacar al Gobierno, se ha olvidado de las cuestiones en que entiende el Jurado, porque S. S. discurre como si el honor de los particulares fuera al Jurado, y no se ofende de que el honor del Rey se llevara a un tribunal distinto de aquel a donde va el honor de los particulares. No, Sr. Martos; el honor del Rey va a ser garantido por los mismos tribunales que el honor de S. S. (Aplausos.)

Pues también ha censurado otra enmienda que se ha introducido en el Senado; la suspensión. ¡Se destru- [3906] ye el Jurado! Pues no se ha destruido nada, Sr. Martos, porque la suspensión la autoriza la ley en una sola parte del territorio por un sólo año y dando cuenta a las Cortes. Por consiguiente, ¿dónde está la destrucción del Jurado? Porque en circunstancias críticas, en una sola región se pueda suspender por un año, tomando todas las garantías que los Sres. Diputados, ¿se destruye por eso el principio del Jurado? ¿Qué significan esas exageraciones y esas intransigencias tratándose de una ley que no es política y que atañe sólo a la organización de los tribunales de justicia? (El Sr. Romero Robledo: Gracias a los conservadores; porque la ley llevaba todo eso que está anatematizando el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.)

Las leyes vienen a las Cortes para discutirse, para modificarse y mejorarse; por eso este Gobierno, que tiene el propósito de traer a las Cortes todas las reformas liberales que sus compromisos le consientan, no tiene inconveniente, con tal de que queden en las leyes sus principios esenciales, en acceder en ciertos detalles, en ciertos puntos secundarios, a lo que quieran los demás partidos; porque dije el otro día, y repetiré siempre, como repito hoy, y aunque de esto no se haya ocupado el Sr. Martos, que aquí no se trata de gobernar para un partido sino para la Nación, y que los partidos, salvando sus principios, no deben gobernar ni legislar según su propio criterio, sin atender al criterio de los demás, haciendo leyes de raza.

Pero no basta eso; no hasta atacar al Gobierno de esta manera por hechos de esta naturaleza, sino que además se le ataca por lo que no ha hecho ni pensado siquiera. Aquí nos ha citado el Sr. Martos la ley de Ayuntamientos. ¿Y cuál es el ataque que ha dirigido S. S. a esta ley? Que luego el Senado la reformará; pero el Gobierno ¿la ha presentado tal como podía esperarse, informada en el espíritu de sus ideas liberales y dentro de sus compromisos, sí o no? Pues entonces, ¿Por qué ataca S. S. al Gobierno por lo que puedan hacer los señores Senadores? Ya veremos lo que hacen. Sabido es que en este punto hay una gran diferencia entre los partidos conservadores y los partidos liberales; la cuestión de nombramiento de alcaldes es una de las cuestiones que más dividen a los partidos españoles; el partido conservador cree que los alcaldes deben ser de nombramiento Real, y el partido liberal cree que deben ser de elección de las mismas Corporaciones populares; el partido liberal ha presentado la ley sosteniendo sus compromisos; pero ¿qué tiene que ver eso con el Jurado, institución nueva que vamos a plantear, y que por haberla planteado antes mal, no dio los resultados apetecidos? ¿Qué tiene que ver esto con que aquella institución, más jurídica que política, se establezca con todas las precauciones y cuidados que exige una reforma tan importante en nuestro país, donde ya ha fracasado una vez? ¿Es que se quiere que vuelva a fracasar? ¿Qué fundamento es este para los ataques que al Gobierno ha hecho el Sr. Martos?

Pero ya no sabiendo qué decir S. S. afirma que ni la mayoría ni el Gobierno pueden hacer otra cosa, porque este no es el partido constitucional; que el partido constitucional tiene sus compromisos, compromisos que este Gobierno no realiza porque no puede. Pues está S. S. completamente equivocado; este Gobierno, en cuanto a sus compromisos, en cuanto a la realización de sus ideales, es ni más ni menos que el partido constitucional, porque así se dijo el día en que otros elementos políticos se fundieron en él en un sólo partido; la fórmula de aquella fusión fue ésta; Constitución y legalidad fundamentales, la Constitución y la legalidad vigentes; pero dentro de esa legalidad, el desenvolvimiento de todos los principios proclamados por el partido constitucional y el cumplimiento de todos sus compromisos. Por consiguiente, el partido liberal, que está hoy gobernando en España es, bajo el punto de vista de los principios políticos que tiene que desenvolver y de los compromisos que tiene que cumplir, ni más ni menos que el partido constitucional; en este partido político, en esta fusión, en este partido liberal producido por la fusión, habrá algunos señores que hoy constituyen la izquierda dinástica: demasiado saben esos señores que es verdad lo que estoy diciendo.

Pero dice el Sr. Martos: yo he perdido toda esperanza de que se realice la unión del partido liberal, y añade al ver en esta mayoría al Sr. Alonso Martínez: el Sr. Alonso Martínez es siempre en una situación la victoria o la disidencia; hoy está en la mayoría porque es la victoria, una vez que el partido que gobierna no hace más que practicar las ideas sustentadas por el Sr. Alonso Martínez.

El Sr. Martos no ha tratado al Sr. Alonso Martínez con la justicia que merece; el Sr. Alonso Martínez no se fue al partido conservador, abandonado la Constitución de 1869, para quedarse en el partido conservador bajo la dirección del Sr. Cánovas del Castillo; enfrente del partido conservador, enfrente del Sr. Cánovas y a presencia del mismo Sr. Martos, dijo el señor Alonso Martínez, que si fue al partido conservador fue para ayudar, nada más que para ayudar a hacer la Constitución, a fin de que en ella intervinieran todos los partidos que estaban dentro de la legalidad; pero en el momento en que fue ley, el Sr. Alonso Martínez se separó de aquella situación, y como nosotros no habíamos reconocido aun la Constitución vigente y no podía unirse a nosotros, constituyó el centro parlamentario, hasta que reconocida por el partido constitucional la legalidad, quedamos unidos los centralistas y los constitucionales, formando desde entonces el partido liberal de la Monarquía. Esa es la verdad de lo que pasó; verdad que no se ha contradicho aquí por los que tenían más motivos para conocerla, porque el Sr. Martos no la podía saber más que por haberlo oído a los mismos interesados. Pero basta que lo hubiera dicho el Sr. Alonso Martínez, y mucho más cuando lo dijo sin contradicción alguna.

Pues bien; así se explica por el Sr. Martos que no se puede entender la mayoría con la izquierda. Tiene razón S. S.

Si la izquierda, que hasta ahora no lo he sabido yo, si la izquierda pone como condición para unirse a la mayoría que desaparezcan de ella antiguos elementos que forman un sólo partido, es imposible la unión. Porque, Sr. Martos, lo ha dicho S. S. muy claro: la unión es imposible pueda verificarse mientras existan aquí los elementos que, en opinión de S. S., capitanea el Sr. Alonso Martínez. Esos elementos tienen su influencia legítima dentro de nuestro partido, pero aquí no hay más capitán de la mayoría que yo. (Muy bien, muy bien.) El Sr. Martos ha dicho que era necesario que el partido se reorganizara de otro modo; que la derecha del partido que gobierna pasara a formar en las filas de los conservadores, mientras la izquierda debiera pasar a formar con la democracia.

No es posible eso: yo con quien vengo vengo; este [3907] partido se formó en ciertas condiciones, y mientras esos elementos no pongan obstáculos a una política liberal, yo no he de contribuir por nada ni por nadie a que desaparezcan (Muy bien, muy bien.) ¿Qué formalidad es esa, qué seriedad de los hombres políticos es la de estar todos los días haciendo nuevas combinaciones y nuevas fusiones? (El Sr. Martos pide la palabra para rectificar.) No, este es un partido con sus doctrinas, con su ley fundamental, con sus principios reconocidos, con su jefe: el que quiera ayudarle, ayúdele en buen hora; el que no quiera ayudarle, bien está en su puesto. (Muy bien, muy bien.)

Todos los elementos que han venido para infiltrar su espíritu democrático y traer sus ideas, han sido bien recibidos y serán atendidos dentro de los respetos del Trono y de las necesidades de gobierno, como todos los que vengan en adelante sin exigir inútilmente variaciones constitucionales. Venga el Sr. Martos, dígame S. S. los principios que quiere desenvolver? Ya me ha dicho S. S. cuáles son: los de la Constitución de 1869. Aceptado. Todos los derechos individuales de la Constitución de 1869, aceptados; desenvolvedlos en leyes orgánicas, que por nuestra parte serán aceptados y aplaudidos. (El Sr. Romero Robledo: ¿Y el sufragio universal?) El sufragio universal no es un derecho individual.

Todos los derechos individuales tienen su desenvolvimiento y pueden tenerle perfectamente dentro de la legalidad vigente; ¿y sabe el Sr. Martos por qué el Gobierno no se ha apresurado a traer aquí ya aisladamente cada uno de sus principios en una ley, o traer una ley que se llamara de garantías constitucionales, en la cual estuvieran comprendidos todos los derechos individuales con el desenvolvimiento necesario dentro de la legalidad vigente y dentro del respeto al Trono y de las necesidades de gobierno? Pues por esperar a saber cuál es la actitud de esos amigos que tan pronto quedan de un lado como quedan de otro. (Muy bien.)

¡Si yo he ido más allá! Yo no he cerrado ninguna puerta legítima ni natural; yo que, como he dicho, no soy partidario de la reforma constitucional, yo todavía, en mi espíritu de transacción, en mi deseo de que todas las fuerzas liberales se unan bajo una bandera, todavía os he dicho que si mañana, si en lo porvenir se viera que la opinión pública demandaba además un cambio constitucional en otros puntos secundarios y accidentales, como satisfacción necesaria a necesidades verdaderamente sentidas, no me opondría a la reforma; yo os ayudaría a realizarla.

Pero, señores, querer cambiar la Constitución sólo por el gusto de variarla, sólo por satisfacer el amor propio de unos cuantos hombres políticos más o menos importantes, eso no puede consentirse, eso no se ha visto jamás en ningún país del mundo.

Señores, ahora mismo acaba de pasar en Bélgica, país que citáis siempre como modelo de libertad. (Un Sr. Diputado de la izquierda: Lo sabemos.) Pues si lo sabéis, me basta, puesto que parece que tenéis miedo a que os lo repita. (Rumores en la izquierda.) Señores, en aquel país (porque al partido liberal de aquel país le ha salido también una izquierda), el partido liberal propuso la extensión del sufragio en las elecciones para Municipios y para Diputaciones, y no lo hizo para las elecciones de Diputados a Cortes porque la base del censo está establecida en la Constitución.

A consecuencia de eso ha surgido una izquierda que ha pedido la revisión de la Constitución en sólo este punto, suprimiendo como base de elecciones en el censo, que nosotros no tenemos en la nuestra, porque la nuestra es más liberal y elástica que la de Bélgica.

Han pedido sólo la revisión de la Constitución en ese punto concreto, y aquel partido liberal, a cuyo frente se halla un eminente hombre público, Frere Orban, se ha opuesto a que esa revisión se realice, temiendo las perturbaciones que pudiera haber en aquel país, que está mucho más preparado a las reformas políticas que el nuestro y después de una discusión de dos días, ha sido rechazada la revisión por 116 votos contra 11, los 11 izquierdistas de Bélgica. Pero y tengo la seguridad de que aquellos izquierdistas no calificarán de reaccionario a Frere Orban y a los demás que le acompañan en el partido liberal, como el Sr. López Domínguez nos calificará a nosotros, pues aquí en no cometiendo las mayores exageraciones, los hombres políticos no son liberales, sino que son reaccionarios; todavía la calificación de conservadores es poco.

Señor Martos, yo, a pesar de lindezas que S. S. me ha dicho, a pesar de la injusticia de esas lindezas, en lugar de decir a S. S.: váyase a paseo que con S. S. no se puede tratar, le digo, porque es mucha la consideración y el cariño particular que le profeso: voy a tratar con S. S.

El Sr. Martos me ha preguntado si este Gobierno y este partido aceptaban el desenvolvimiento de los derechos individuales que están consignados en la Constitución de 1869, aunque fuera, ha añadido S. S. en leyes ordinarias.

Contestación terminante del Gobierno, dada por mi boca: sí; lo acepta en absoluto y por completo. Vengan las leyes desenvolviendo el ejercicio de esos derechos individuales; vamos a discutirlas y aprobarlas. Pero ahora pregunto yo a S. S.: si estas leyes están discutidas y aprobadas, si la libertad está desenvuelta en toda su extensión como puede estarlo en el país más liberal de Europa, ¿para qué quiere S. S. la reforma constitucional?

Pero me dirá el Sr. Martos: entonces, ¿qué conciliación es esta? Pues yo se lo voy a decir a S. S.: es una muy ventajosa para S. S., y supongo que para sus amigos; porque entendámonos, yo no sé dónde está S. S. (El Sr. Martos: Ya lo he dicho una vez), y quiénes son sus amigos, y tampoco si esta tarde ha sido apoderado de la izquierda o ha sido apoderado de su propia persona. ¿Lo ha sido de su propia persona? (El Sr. Martos: Sí.) Aun así y todo, es bastante, porque la importancia de S. S. es muy grande para mí.

Si podemos desenvolver la libertad en todas sus manifestaciones, ¿para qué queremos la reforma constitucional? ¿Por el gusto de perturbar el país? ¿Para entrar en debates acalorados? ¿Para dar pretexto a otras oposiciones que desgraciadamente no están todavía dentro de la legalidad, a fin de que al mismo tiempo que S. S. pide la revisión de un título del Código fundamental que quizá pueda discutirse aquí sin inconveniente, pidan con el mismo derecho la revisión de otros títulos de la Constitución que no se pueden discutir del mismo modo? (El Sr. Becerra: ¿No pueden pedirla ahora?)

Pero no la pide nadie, porque hay bastante prudencia para pedirla; más si abrimos las puertas de la revisión constitucional, ¿quién contiene ésta? (El señor Martos: La prudencia.)

Pues esa prudencia es lo único que yo os pido, porque debe empezarse por dar ejemplo a los demás. Y en [3908] último resultado, ¿qué sacrifico os demando? Que renunciéis a una cosa completamente inútil, puesto que sin ella podemos llegar al desenvolvimiento de la libertad con tanta extensión como en los pueblos más libres de Europa; y si lo único que os pedimos es que renunciéis a una cosa que no hace falta para nada, y en cambio os ayudamos a que implantéis los principios liberales tan extensamente como queráis, dentro de los respetos al Trono y de las necesidades de gobierno, de las cuales ni los demócratas ni nadie puede prescindir, ¿qué más queréis? ¿Quién hace más sacrificios para la unión, vosotros que no hacéis ninguno, o nosotros que los hacemos todos?

Su señoría, porque no quiero dejar de contestar (aunque parezca un poco pesado a mis tolerantes oyentes) a los puntos principales de su discurso, S. S. nos ha hablado de que el cuarto estado se halla sin representación.

Yo, al hablar de los derechos individuales, téngase entendido que no incluyo en ellos el sufragio, porque le considero como una función política y no como un derecho individual. Pues bien; tiene razón S. S. El cuarto estado está sin representación, y que la tenga es una de las aspiraciones de la democracia. Yo no quiero ni quiere este Gobierno, ni el partido liberal quiere que el cuarto estado esté sin representación; pero hay que estudiar la que al cuarto estado corresponde, porque el sufragio, que consiste en que todos los ciudadanos que tengan ciertas condiciones de ilustración y de madurez de juicio tomen parte en el gobierno del Estado, es de todas las funciones políticas, cuando llega a los límites del sufragio universal, la más injusta y la más contraria a su buena organización.

Estúdiese el medio de que ese cuarto estado tenga la representación que debe tener, y el Gobierno y el partido liberal no se opondrán a que tenga esa vida y esa representación. En la ley provincial y en la ley municipal tienen ya SS. SS. el ensayo: veamos con ese ensayo qué efectos produce el nuevo sistema electoral, y si los produce buenos, tanto mejor; que las reformas liberales deben arraigarse por los buenos resultados que den.

Tampoco en esto hay motivo de escisión; porque podrá haber cuestiones de más o menos importancia, pero en definitiva me parece que el Sr. Martos no podrá fundar sus quejas en la poca amplitud que al sufragio se ha dado en la ley provincial y la que se propone en la municipal. No hay, y esto lo sabe S. S. tan bien como yo, no hay un sufragio tan amplio en ningún otro país, fuera de aquel donde existe el sufragio universal absoluto. Realmente, el que el Gobierno ha adoptado en las leyes provincial y municipal es el sufragio universal sin sus inconvenientes, quitándole aquella parte que le desdora o le desvirtúa.

Por consiguiente, si el sufragio universal es una función y no un derecho individual, ¿está en el caso de romper el Sr. Martos con el Gobierno, está en el caso de retirarle sus simpatías y de quitarle su benevolencia por esta cuestión? No, no hay motivo bastante para ello. Los hombres políticos se separan de las situaciones, se separan de los Gobiernos y se separan de los partidos por causas fundamentales; pero por detalles, pero por pequeñas causas jamás ha sucedido eso: que dentro del mismo partido se puede estar, cuando a todos unen los lazos de lo esencial, aunque se varíe y discrepe en cuestiones de detalle. Por eso vemos, aun dentro de la mayoría, discutir las leyes en todos sus detalles; y así es como las leyes se mejoran, se modifican y se reforman. Sobre el pensamiento de las leyes, sobre su tendencia, sobre sus propósitos, sobre su base, sobre sus principios fundamentales discuten los partidos contrarios: lo demás pueden discutirlo perfectamente los amigos políticos del Gobierno, los individuos del mismo partido.

Conste que tal como está planteado el problema, si no se verifica la unión del partido liberal con sus antiguos disidentes y con el partido democrático que a su lado se encuentra, no es porque no pueda realizarse; es porque esos señores no quieren que la unión se realice. Yo les propongo todo lo que se puede proponer; yo les he dicho más, y ha sido mal interpretado por el Sr. López Domínguez: los partidos políticos, las fuerzas políticas que se unen, se unen por las ideas, pero se unen también compartiendo la responsabilidad en el poder, para llevar el espíritu de sus ideales a la gobernación del Estado.

Y yo, al decir, tratando de la participación que pudiera tener la democracia o la izquierda liberal en el poder, al decir que no creía que habría en eso dificultad alguna, salvé, como debía salvar, todos los respetos que merece la institución monárquica, bajo cuyo régimen vivimos; lo que dije fue que en esto yo tenía una opinión que podía emitir con libertad, ya que no podía hacer otra cosa, tratándose de hechos que se realizaban en esferas a las cuales no podía alcanzar. Esto es lo que dije. ¿O es que el Sr. Martos, que ha pretendido hoy darme lecciones de democracia, pretende también dármelas de monarquismo? Yo podía entonces emitir mi opinión como la emito ahora.

Yo creo que la participación de la democracia en el poder era conveniente, y dije más, que era fácil si la democracia quería, si bien su realización era asunto de oportunidad, de momento: en las evoluciones políticas que naturalmente han de surgir aquí, cuando las circunstancias lo aconsejen o lo exijan, en esos movimientos políticos, ¿qué hay de extraño que yo crea, como creo, que la democracia puede y debe venir a tomar parte en la gobernación del Estado? Y eso, ¿es desdoro para nadie? ¿Por qué? ¿Cómo entenderá el señor López Domínguez el desdoro y la dignidad? Pues así han llegado los demócratas al poder en Inglaterra; así han llegado los demócratas en Italia; así van en todos los países a tomar parte en la gobernación del Estado, a llevar a ella el espíritu de sus ideales y el cumplimiento de sus compromisos. Así se ha hecho en todas partes; de esa manera se verifican las transacciones; el que crea que eso puede ser desdoro, debe tener poca fe; que no tiene gran firmeza en su decoro y en su dignidad el que crea que tan fácilmente se puede empeñar, no; hay que tomar las cosas por el buen lado. Así es como la democracia ha ido creándose simpatías.

Voy a contestar ahora a mi amigo particular el Sr. Becerra. La parte más importante de su discurso la ha empleado en hacer definiciones de la democracia y en decirnos lo que es un demócrata.

Yo le dirigí una cariñosísima alusión; yo quise probar que no se puede combatir al Gobierno por los proyectos de ley, al menos del lado de la izquierda, sin encontrarse con que uno de la izquierda es combatido al mismo tiempo que el Gobierno. Yo decía: no podéis combatir la ley de imprenta, porque el presidente de la Comisión fue el Sr. Becerra, una de las personas más insignes de ese partido, y al combatir al Gobierno por ella, combatís a uno de vuestros miembros; y no hice [3909] un elogio del Sr. Becerra, le hice justicia por los servicios que siempre ha prestado a la libertad y por merecimientos que tiene.

No era esto razón bastante para que S. S., que podía haberse hecho cargo de la alusión, me contestara después con un agridulce que no tomo a mala parte, pero de que no había necesidad. Su señoría nos ha hablado de la democracia; nos ha dicho lo que era la democracia; que realmente la democracia hoy es el espíritu moderno que anima a los pueblos; la democracia en la esfera política, o es la igualdad o no es nada; y yo digo a S. S., que si sirve llamarse demócrata, quizá en Europa, pero sobre todo en España, somos demócratas todos, y que el espíritu democrático está en la masa, está en el aire, en todas partes; y aun los que no se llaman demócratas, porque no se lo han llamado nunca, pueden perfectamente llevar a las leyes el espíritu moderno de los pueblos, en su manera de ser esencial hoy, que es precisamente el espíritu democrático.

¿Y por qué yo no quiero llamarme demócrata? Pues lo voy a decir francamente. No me llamo demócrata, porque antes, cuando no había la libertad que hoy se disfruta, que si por vuestra culpa desaparece, ya lo echaréis de menos; antes, cuando no había la libertad que hoy tenemos, ningún republicano se podía llamar republicano; pero en cambio, los republicanos se llamaban demócratas; y luego, como los republicanos se han venido a la Monarquía y siguen llamándose demócratas, parece que llamarse demócrata es como llamarse exrepublicano, y eso no quiero llamármelo yo.

Esta es la verdad; se pude ser muy liberal y llamarse demócrata, claro está, sin haber sido republicano; y se pueden tener ideas muy liberales sin llamarse demócrata, y puede uno además ser muy liberal sin ser demócrata.

Cuando los demócratas entran en el Gobierno, no entran en él como parte esencial; no conozco ningún país gobernado por la democracia; llevan, sí, los demócratas al Gobierno sus tendencias, sus ideas, sus doctrinas, pero no forman exclusivamente los Gobiernos.

Esto que pasa en todas partes y que ha pasado antes y pasará después, ¿por qué no ha de suceder en España? ¿Por qué queréis que aquí seamos una excepción y que aquí se hagan las cosas de distinta manera que en todas partes?

Voy a concluir, porque no quiero molestar más la atención de los Sres. Diputados, y además porque hace un calor insoportable. Señor Martos, yo deseo la unión de la mayoría con la izquierda tan vivamente como S. S.; yo estoy dispuesto a hacer, para que ella se realice, tantos sacrificios como S. S.; y si se trata de sacrificios personales, estoy dispuesto a hacer, en lo que de mí dependa, todos los sacrificios que se me exijan; pero esta unión hay que llevarla a cabo con ciertas condiciones; no se pueden aceptar en absoluto todas las que puedan exigir ciertos espíritus intolerantes o demasiado exigentes, porque esta unión de los elementos liberales que S. S. propone, ha tenido ya su realización en España.

Juntos han estado los elementos liberales que S. S. quiere ahora unir y algunos más; unos que no han de venir a este grande y patriótico ayuntamiento, porque desgraciadamente han desaparecido ya de entre nosotros, y otros porque no quieren, porque a pesar de ser tan grande y tan patriótica y tan noble esta unión, prefieren quedarse de ella honestamente apartados; pero al fin, la unión de los principales elementos se ha realizado ya en España, y eran muchos los elementos reunidos, y eran muy importantes, y están inspirados de un patriotismo muy acendrado, y estaban movidos por una excelente voluntad, y estaban impulsados por un gran deseo; y sin embargo, a pesar de tanto patriotismo y de tan buen deseo y de tan grande voluntad, la obra que a sus manos estaba encomendada sucumbió con estrépito general, y sobre sus dispersas ruinas surgieron los desastres y desdichas más grandes de que ha sido víctima este país desventurado. (Aprobación. -El Sr. Cuartero: porque se dividió aquel partido. -Rumores.)

Pero el Sr. Cuartero, que es muy joven todavía, no sabe cómo se dividen los partidos. ¿Sabe el Sr. Cuartero que todavía tiene mucho que aprender con la experiencia, porque tiene pocos años, donde se aprende más que en los libros, por qué se dividen los partidos? Pues se dividen por la intransigencia de muchos de sus individuos.

Por eso yo, Sr. Martos, por eso yo, Sres. Diputados, quiero la unión, pero quiero la unión con aquellas precauciones y aquellos exquisitos cuidados que se aconsejan las lecciones de una experiencia triste y amarga; que hacer otra cosa es marchar a ciegas, es cometer los mismos errores para causar los mismos males, y eso no lo haré yo jamás, ni se lo aconsejaré nunca a los que quieran dispensarme la honra de seguirme en este camino difícil y peligroso de la política española. (Grandes muestras de aprobación.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión. [3910]



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